
Por: Emir Sader
LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS COLABORADORES SON PROPIAS Y NO LA OPINIÓN DE KANDIRE
Cuando no se puede borrar la historia, hay que tratar de reescribirla, dándole un sentido radicalmente opuesto al que tuvo en la realidad. Eso intenta la derecha latinoamericana con respecto a los gobiernos progresistas de este siglo en el continente.
Después de la euforia con la propuesta neoliberal, que resolvería todos los problemas de nuestros países, reduciendo el Estado a su proporción mínima, promoviendo el dinamismo del mercado, vino la depresión por el agotamiento prematuro del modelo. No hay cómo poner en duda el éxito de los gobiernos antineolibrales, entonces hay que borrar ese tramo de la historia, descalificar a sus personajes y hacer como si no hubieran existido. Es necesario para que la historia (o, mejor, el fin de la historia) siga su curso, para que el pensamiento único trate de imponer de nuevo sus verdades incuestionables y que el Consenso de Washington refuerce su carácter consensual.
Eds necesario para que los gobiernos puedan aplicar los mismos esquemas fracasados, varios años después, como si nada hubiera pasado, poniendo la culpa de su nuevo fracaso en los gobiernos anteriores, que solo sirvieron para eso, para desviar a la economía del buen camino.
La historia ya había terminado. Solo quedaba la insistencia de algunos líderes para intentar reabrirla, buscando caminos imposibles, a contracorriente. Buscando distribuir el ingreso cuando de lo que se trata el neoliberalismo es de concentrarla. Expandiendo el mercado interno de consumo popular, cuando de lo que se trata es de reducirlo. Afirmando políticas externas soberanas, cuando de lo que se trata es de ser subordinados. Recuperar el rol activo del Estado, cuando de lo que se trata es de disminuirlo a su dimensión mínima.
Total, lo que ha pasado en este siglo en varios países del América latina ha sido simplemente un mal entendido, un paréntesis de equívocos en el camino inexorable de la economía global. De lo que se trata, entonces, no es solamente de retomar el buen camino, sino también de eliminar a todos los indicios de esos intentos antineoliberales, para que nadie más sea llamado a engaño y busque contradecir el Consenso de Washington y violar el pensamiento único.
No ha pasado nada en la Venezuela de Hugo Chavez. Fue tan solamente el uso exorbitante del precio alto del petróleo para enriquecer a funcionarios de gobierno y ganar aliados externos a cambio de petróleo.
No ha pasado nada en Brasil, salvo el despilfarro de recursos públicos para distribuir renta a contramano de la búsqueda de competitividad. No ha pasado nada en Argentina, salvo algo similar a lo de Brasil. Bolivia sería la misma en la época de Sánchez de Losada y en la época de Evo, salvo la propaganda gubernamental. Ecuador sigue siendo el mismo de siempre, a pesar del gobierno de Rafael Correa.
No se discute el carácter de esos gobiernos, no se los compara con otros, porque la discusión sería muy incómoda. Se trata entonces de descalificar a los líderes que han comandado esos gobiernos. Todos populistas, irresponsables con el equilibrio de las cuentas públicas, corruptos. Basta con eso para borrar a sus gobiernos, a sus políticas sociales re distributivas, al prestigio de sus políticas externas soberanas, del apoyo popular que han tenido. No se trata de un debate histórico, político, económico, social, de ideas, sino simplemente de encargar al Poder Judicial, a la policía, a los medios, de destruir sus reputaciones, acumulando sospechas, aunque nunca comprobadas. Lula, Cristina Chichonera, Hugo Chavez, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujíca, son descalificados, se intenta destrozar sus imágenes en los pueblos de sus países, para esconder que esos pueblos son víctimas del consenso neoliberal y de las derechas latinoamericanas, que no logran construir alternativas de gobierno que no sean el retorno al modelo fracasado en América latina y en todo el mundo.
Entonces hay que reescribir la historia, borrar períodos, líderes y gobiernos, para retomar la idea de que no habría alternativa a sus caminos accidentados, que han producido las peores catástrofes en cuanto país han gobernado.
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