
Por: Verónica Córdova
LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS COLABORADORES SON PROPIAS Y NO LA OPINIÓN DE KANDIRE
Puede parecer ridículo plantear elecciones ahora, pero en el fondo es la única forma de enfrentar la bestia que nos amenaza
Puede parecer un pedido ilusorio, sin embargo, es tendencia en las redes sociales. ¿Cómo se podría ahora mismo atender la organización de elecciones en medio de una emergencia sanitaria? ¿Por qué se tendría que desviar la atención de las autoridades hacia ese importante aspecto de la vida democrática del país, cuando se está tratando de gestionar una pandemia? La respuesta es compleja y aterradora.
Nos encontramos ante un escenario de tormenta perfecta. La escasez de pruebas de COVID-19 y la manera tan voluble en que están siendo administradas nos dan como resultado, en lugar de una curva, una serie de picos indescifrables en la evolución de la pandemia: un día se confirman 34 casos, al día siguiente, 11 y al otro día, 63. Explicar esa progresión errática es casi tan imposible como entender el caso del Beni, con cero pacientes durante semanas y luego en pocos días 100% de mortalidad.
O el caso de Oruro, con un silencio epidemiológico abruptamente reemplazado por decenas de casos súbitos. No es que los bolivianos seamos tan impredecibles, es simplemente que las pocas pruebas que se realizan se hacen en cantidades desproporcionadas. El riesgo no es solo a la salud: sin datos que nos muestren la evolución real de la pandemia, es imposible tomar decisiones informadas acerca de cuándo, dónde y cómo suspender la cuarentena.
Lo que nos lleva al segundo peligro: la crisis social y económica que está generando y va a provocar el coronavirus. Millones de personas en todo el país han pasado de la incertidumbre a la preocupación, y es inevitable que el siguiente paso sea el desacato. No se puede mantener encerrada y sin trabajar a la población solo a punta de amenazas. Llegado el momento de decidir entre la posibilidad de enfermar y la certeza del hambre, no hay duda posible.
Los bonos y paquetes del Gobierno para enfrentar la emergencia social no solo son insuficientes, sino que están implementándose de forma desordenada, improvisada y a destiempo. Por acceder a esos recursos, miles y miles de personas están arriesgándose al contagio y al arresto. Ha sido muy contraproducente la decisión de bancarizar y monetizar todas las ayudas, en lugar de movilizar a favor de esta emergencia las redes de organizaciones de base, sindicatos, juntas vecinales y agrupaciones gremiales que existen a lo largo y ancho del territorio.
Es clara la razón por la que esto no se ha hecho, y es también el tercer factor que, sumado a los otros, nos encaminan a una tormenta perfecta. La razón es la falta de capacidad que tiene un gobierno de facto para gestionar una crisis de esta envergadura. Y no es solo por su falta de experiencia, su indolencia ante el sufrimiento del la gente, su manejo represivo y violento, o la crueldad deliberada hacia quienes no considera compatriotas, sino enemigos; es sobre todo por su falta de legitimidad, consecuencia de la manera en que llegó al poder en noviembre pasado.
Sin caer en el arcano debate de si hubo fraude o hubo golpe, el hecho es que la sucesión presidencial tuvo lugar en una Asamblea vacía y la banda presidencial la colocó un militar. El hecho es que en las elecciones de octubre el partido de la Presidenta apenas logró el 4% de apoyo, y que tanto en esas elecciones como en las encuestas de este año el partido opositor alcanza un apoyo superior al 40%. El hecho es que sin apoyo popular, sustentado solamente en el Ejército y la Policía, sin acceso a las organizaciones sociales y sin diálogo con las zonas periurbanas y rurales, ningún gobierno podrá manejar exitosamente la crisis sanitaria, económica, social y política que se avecina.
Puede parecer ridículo plantear elecciones ahora, pero en el fondo es la única forma de enfrentar la enorme bestia que nos amenaza. Un liderazgo débil y sin capacidad de movilizar adhesiones, sacrificios y esfuerzos de la mayoría del país está destinado al fracaso. Y esta vez no se trata de un fracaso meramente político: se va a contar en muertos. El COVID-19 no se terminará en mayo ni en junio, tendremos que convivir con él durante muchos meses. Y sus consecuencias en la vida económica y social se arrastrarán por años. Para sortear esta tormenta necesitamos un Gobierno fuerte, legítimo, que sea capaz de movilizar a la sociedad desde una posición de autoridad emanada de las urnas y no solo de las armas. Necesitamos, más que nunca, ¡elecciones ahora!