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Opinión

“Racismo y democracia liberal”
Por: Andrés Gómez Vela

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En los últimos días hemos escuchado al vicepresidente Álvaro García repetir que los bolivianos movilizados quieren echar de la Presidencia a Evo Morales por indio. Ese discurso es doblemente racista: 1) porque siembra odio y azuza a la violencia contra los no indígenas; y 2) porque menosprecia la inteligencia de los indígenas.

 

El racismo nace, crece y muere en el plano cognitivo (en la mente). De allá se extiende a las prácticas verbales y sociales discriminatorias, hasta convertirse en un sistema societal complejo de dominación, en los términos del lingüista holandés Teun van Dijk.

 

Bolivia se edificó sobre un sistema de dominación del “blanco” respecto al indio, quien como resultado de prácticas sociales sufrió durante años una especie de apartheid, del cual zafó gracias a los valores de la democracia liberal: igualdad y libertad.

 

El salto más visible se produjo con la Revolución Nacional de 1952, que trajo el voto universal, convirtiendo al indio en sujeto elector y elegible, por tanto, con derecho político a formar gobierno. Sin embargo, la realidad legal, asentada en el aforismo también liberal, “un ciudadano, un voto” (sin importar procedencia, origen, sexo o raza), era insuficiente porque en la mente boliviana el indio era considerado inferior e incapaz de dirigir el país. En esas circunstancias se acuñó la frase negativa: “voto campesino”.

 

Como las revoluciones son chispas en la historia y sus cambios se cristalizan en años, otro aforismo liberal, “educación para todos”, abrió la senda para construir la idea de que los indios son capaces e iguales al resto.

 

41 años después de la Revolución (1993), un aymara, Víctor Hugo Cárdenas, llegó a la Vicepresidencia. No fueron necesarias las guerrillas ni una revolución bolchevique, bastó la realización de los principios liberales.

 

El otro salto, más visible con la distancia histórica, fue la Participación Popular. Aunque la primera elección municipal se realizó en 1985, el área rural, donde vivía la mayoría indígena, originaria campesina, experimentó transformaciones 10 años después (1995) gracias a esa ley que distribuyó poder, descentralizó la gestión estatal, otorgó a los municipios recursos económicos y responsabilidades para promover el desarrollo local y creó mecanismos de participación de los ciudadanos.

 



Lo recuerdo muy bien porque desde entonces ningún alcalde de mi municipio ya fue del área urbana, lo que significa que la misma democracia liberal se encargó de lograr en 43 años que el sujeto elector se constituya en elegible.

 

Dicho de otro modo, el Estado de Derecho, también producto liberal, creó las condiciones legales y reales para que la igualdad se materialice en lo político. Por supuesto, no fue una dádiva, sino resultado de las luchas sociales, gestadas en otro derecho liberal: la libertad de expresión.

 

Sin embargo, la mente boliviana seguía racista y se manifestaba a través de palabras despectivas como indio, chola, birlocha y cunumi. El objetivo era claro: seguir justificando la exclusión de estos sectores de las decisiones públicas. El discurso inoculaba mensajes como: el indio solo sirve para cargador; la chola, para sirvienta; en cambio, el “blanco” estaba destinado a gobernar.

 

Años después, en 2005, la democracia liberal tapó la boca a los extremistas ideológicos al hacer posible que tomen el poder un “indio bloqueador” y un enemigo de la misma democracia encarcelado por terrorismo.

 

Desde ese momento se desgranó un discurso racista en sentido inverso: “los indígenas somos la reserva moral de la humanidad”. Dicho de otro modo, nosotros, los indios, somos buenos; el resto es inmoral, corrupto y vendepatria. La intención era evidente: todo lo k´ara (blanco) es malo y hay que aplastarlo.

 

Con ese discurso discriminador, el masismo sostiene hoy que el presidente indio tiene derecho a violar la Constitución, desconocer el voto popular, incumplir su palabra y ser dictador sólo por su condición de indio; todo aquel que pida democracia es un racista. ¿Acaso no todos somos iguales? ¿Acaso no todos somos libres?

 

El racismo nace y muere en la mente; es ahí donde debemos deconstruir una sociedad con valores democráticos y no totalitarios.

 

*ANDRÉS GÓMEZ VELA ES PERIODISTA Y ABOGADO



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