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Opinión

La necesidad de inventar una esperanza
Por: Juan Pablo Guzmán

LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS COLABORADORES SON PROPIAS Y NO LA OPINIÓN DE KANDIRE
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En la agonía de 2021, cuando sus últimos días y horas están a punto de extinguirse,  la condición humana catapulta a un inevitable momento de reflexión en el que se cavila sobre las cicatrices que dejó este año, pero también sobre  la renovada piel con la que se ansía recibir el siguiente. Este trance tiene en sus genes una mezcla de nostalgia e ilusión: se mira hacia atrás para archivar en el recuerdo los momentos grises y también las alegrías, pero inmediatamente se apunta la vista al futuro, con la convicción de que allí las luces serán superiores a las sombras.

En esta circunstancia catártica, todos, incluso quienes cierran el año flagelados por el abatimiento, generan una fugaz chispa que detona en su espíritu la vaga certidumbre de que quizás el nuevo tiempo que está por venir será mejor. La esperanza se instala pasajeramente en el rincón más profundo del alma, en un desesperado intento de permanecer allí por siempre, palpitando al mismo ritmo de la vida.

Sólo frente a su existencia, el hombre piensa primero en sí mismo, no como un acto de egoísmo, sino como una natural preocupación individual sobre el lugar que ocupa ahora y el sitio en el que se alojará en 2022.

Pero consciente de que él es parte de un mundo, su siguiente círculo de pensamientos se dirige a los otros, es decir, a quienes forman su entorno íntimo, pero también a los que, más allá, integran la sociedad, el país y el mundo.



En ese universo los retos y dilemas son más complejos. En la Bolivia de hoy, por ejemplo, ¿hay alguna chispa centelleante que nos haga pensar en que el año  2022 caminaremos por un mejor sendero, hacia un fin compartido por la mayoría? La fe en esta tierra, reverdecida por el inicio de un nuevo año, llevaría a pensar que sí, que quizás un nuevo comienzo purifique los espíritus de guerra para desterrar a los perversos y apaciguar a los beligerantes. Pero, íntimamente, sabemos que esa ingenua idea se evaporará apenas se extingan los descorches, la música de los fugaces festejos  y las oraciones por un mundo de bien.

Con personajes encaramados en el poder que cultivan con frenesí el odio y la venganza, vanas son las ilusiones de que el simbolismo fraterno de los abrazos  en la medianoche del 31 de diciembre se amplifique a lo largo del 2022 entre todos los bolivianos. A los belicistas de la política y a los teóricos de la guerra ideológica permanente no les interesa la paz duradera ni el latido sosegado de los corazones, porque ambos surgen del consenso y el acuerdo, del respeto al otro, de la fe en la democracia.

¿Hay entonces razones para el optimismo en puertas de 2022, cuando desde hace 15 años existe un persistente trabajo por consolidar un modelo de autoritarismo que busca sepultar la libertad política y económica y el mismísimo Estado de derecho?  Un franco realismo obligaría a decir que no, que el optimismo no tiene lugar en las rutas del nuevo año que comenzaremos a recorrer en breve, porque día a día, sin pausas, se observa un persistente afán por instalar mentiras como certezas, suprimir la diversidad de criterios, manipular la justicia, asfixiar al adversario y endiosar a falsos ídolos.

Pero de las grandes adversidades han florecido siempre acciones de templanza que pulverizaron lo que parecía un destino fatal, demostrando así, una y otra vez, que los combatientes de la libertad pueden ser más fuertes que los vasallos de las tiranías, ya que a los primeros los inspira el bien común, mientras que a los segundos la codicia.

Por algo decía el pensador francés Albert Camus que aún en las peores circunstancias de infortunio y desaliento, cuando la rendición tienta al débil,  hay hombres que por fe en sí mismos, en su país y en su destino siempre encuentran razones para seguir luchando sin desmayo.  “Donde no hay esperanza, debemos inventarla”, decía Camus. Quizás ese sea el mejor mensaje para los bolivianos en puertas de 2022: que la fe en la verdadera democracia hinche nuestros pulmones y los sobrecargue de oxígeno para no claudicar jamás en la lucha por la libertad.