
Por: Raúl Peñaranda U. *
LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS COLABORADORES SON PROPIAS Y NO LA OPINIÓN DE KANDIRE
El Gobierno debe estar arrepintiéndose de la idea, innecesaria, de haber redactado un nuevo código penal. Los colaboradores del Presidente deben haberlo convencido de que si hasta hoy había el “Código Banzer”, debía, a partir de ahora, existir el “Código Morales”. De hecho, en los últimos años las autoridades, al aprobar diferentes leyes, han tratado, forzadamente, de que se recuerden como “Morales”, entre ellos el de procedimiento civil. Incluso existen informes del Ministerio de Justicia llamados así.
Con todo lo sucedido, ésta ha sido una nueva batalla de la que el Gobierno ha salido maltrecho. No era necesario redactar un nuevo código ya que el anterior funcionaba relativamente bien. Si se deseaba cambiar algunas cosas específicas, como flexibilizar las causas del aborto o reducir las penas a los microtraficantes, pudo hacerse con leyes específicas. No era necesario hacer un cambio completo para cambiar detalles. Hasta pudo el régimen procurar penalizar la protesta, que es uno de los aspectos fundamentales del nuevo código, sin enfrascarse en la riesgosa tarea de reescribir casi 700 artículos. El ego de Evo (y el afán de sus servidores de agrandárselo) terminó pasándole factura. Esa es la primera evidencia de los recientes sucesos en el país.
La segunda es que el conflicto médico ha demostrado que el poder presidencial se nota menguado, reducido. Hasta hace poco, con sólo dar un puñetazo en la mesa, las cosas marchaban y se aprobaban como el Ejecutivo quería. Desde el fin de los conflictos regionales de 2008 y la aprobación de la CPE en 2009, el Gobierno ha hecho más o menos lo que ha querido. Han sido pocas las veces en las que su proyecto no ha avanzado como lo habían diseñado.
Los médicos le han mostrado al país cuáles son los nuevos límites del poder de Morales. Dar puñetazos en la mesa ya no funciona. El régimen tuvo que retroceder y derogar los artículos 205 y 137 del nuevo código, pese a la petulante declaración de Álvaro García Linera el día que lo promulgó al fungir como Presidente interino. Dijo entonces: “las cosas están consumadas, he firmado el nuevo Código de Procedimiento Penal, se acabó el debate ya no hay nada más que hacer”. No había sido así.
El 21 de febrero de 2016 se puede identificar como la fecha que marca el inicio del declive del poder, popularidad y legitimidad del Gobierno. Ese día se comprobó que existen más personas que rechazan a Morales que las que lo apoyan. El 51% del voto nulo del 3 de diciembre pasado demuestra que el rechazo se ha mantenido en ese nivel, mientras su respaldo ha bajado de 49% del referéndum al 35% de los votos válidos.
En las ciudades, sin embargo, el 70% rechaza a Morales. Las clases medias están en su contra y ahora han salido a las calles a protestar. Como el respaldo al régimen está decreciendo y la credibilidad es muy baja (el Presidente dijo que “nos iremos callados” si ganaba el No, entre decenas de ejemplos de violación a su palabra), para el Gobierno se le está haciendo cuesta arriba gobernar. Podrá tener control de todas las instituciones, incluidas Policía y FFAA, pero no goza ya del respaldo de las mayorías. Y así es muy difícil gobernar porque debe basar la administración del Gobierno en tratar de provocar miedo entre sus adversarios y corromper a las dirigencias sociales para evitar que se vuelquen en su contra.
La gente, a diferencia de años anteriores, demanda el respeto a la democracia. El fallo trucho del Tribunal Constitucional, que de manera inconcebible autorizó algo que el voto popular había negado, más las limitaciones a los derechos que implica el nuevo código penal, ha generado un malestar que el Gobierno debe aprender a aquilatar. Sólo denunciar a la “derecha” y al “imperio” puede servir para salir del paso, pero no para explicar el profundo malestar de la ciudadanía. Incluso muchos de quienes apoyan a Morales no están de acuerdo con una nueva postulación, según dicen las encuestas.
Si a ello se suma la mala gestión pública, que construye canchas sin ton ni son, además de aeropuertos fantasmas, estadios vacíos y fábricas que no operan, una corrupción desatada y un malgasto imperdonable, reflejado en lujosos palacios mientras el sistema de salud está desecho, el panorama para las autoridades se demuestra como el más desolador en mucho tiempo.
* Periodista.
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