
Por: Tentara Carrillo *
LAS OPINIONES EXPRESADAS POR LOS COLABORADORES SON PROPIAS Y NO LA OPINIÓN DE KANDIRE
(PRIMERA PARTE)
I
En los últimos días, el tema del ascenso a generales en las Fuerzas Armadas (FFAA) pasó a formar parte de una de las más enconadas prioridades en la agenda del gobierno transitorio, al punto de convertirse, dada su estatura real y la prisa que asfixia, en una cuestión casi puritana de Estado. Zavaleta decía, a propósito del fracaso del imperialismo durante la dictadura de Gral. Barrientos (1964-1969), que su error principal residía en “medir el número de soldados lo que debe medirse en la calidad política de los hombres”. Ciertamente, este régimen que carece crónicamente de legitimidad cree que el número de generales equivale a la fidelidad de todo un Ejército que no es otra cosa que un cálculo taimado. Una porfiada manera de entender el poder de gobierno proviene de esta aritmética sombría fundada en las bocas de cañón, lo que significa echar por tierra toda la historia en el cesto de sus miopes caprichos pretorianos.
A pesar de la distancia y el contexto político de la Guerra Fría en el que Barrientos llegó al gobierno, mediante el artero golpe de Estado del 4 de noviembre contra una revolución moribunda, liderizada por Víctor Paz Estensoro y secuestrada por la Alianza para el Progreso, no es menos interesante poner en perspectiva al actual régimen que preside Jeanine Añez, junto a una pandilla especializada en extraer bienes ajenos. El mismo Zavaleta describía al régimen barrientista, como se podría hacer del actual, de la siguiente manera: “Su gobierno débil para ser inexorable, caótico en el desorden moral de su entreguismo, trató en cambio de combinar planes reaccionarios con matanzas extensas, que le parecían fáciles. Treinta mil soldados, desplegó a todo lo largo de la zona minera, movilizó a todos los hombres bolivianos que tienen entre 19 y 50 años, destituyó por decreto a todos los dirigentes sindicales, intentó descabezar de un tajo la dirección revolucionaria entera, embarcándola en vuelos sucesivos hacia el Paraguay. Apresó, confinó, bombardeó, mató; pero aun para ser inexorable se necesita coherencia” (Zabaleta; René. Los fracasos del terror, Obra completa, Tomo I, página 557). Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Aunque con cierto parecido en lo formal y más de parecido en la brutalidad que lo sustenta, este es ciertamente un régimen policíaco-militar o para decirlo brevemente, un Estado policial, sostenido en una estructura represiva compulsiva, gobernado por agentes imperiales simplones y beodos, que creen poderlo todo mediante el uso maldito de las armas y la pereza mental de sus soldados. Luego de haber llegado por la vía del golpe, agazapados en una biblia y en nombre de un Dios que les sirve de puñal y coraza, actualmente Añez solo se sostienen por la pura prebenda que fluye entre mandos militares y policiales como ocurrió antes de la misma aventura golpista de noviembre del 2019. Al igual que Barrientos en su época, éstos en la nuestra, accedieron al gobierno vacíos de ideas e iluminados por la codicia, pero también repletos de rencores acumulados durante 14 años sucesivos, guiados por la mano norteamericana que puso dinero, ideas, complicidades y alineamientos previos.
Pero ni el racismo más descarnado o la enajenación social más vil pueden construir legitimidad cuando solo los seduce la gloriosa idea de hacerse ricos con el vacío de las cacerolas y el excedente de las empresas públicas. Ni hablar de hegemonía en medio del mamotreto o de la chacota de un gabinete que se parece más a una oficina de cobranzas por alquileres lujuriosos. Lo que en principio se propuso como gobierno transitorio terminó siendo apenas el remedo de gobierno convertido en una república cleptómana por donde se lo vea. Los centroamericanos llamarían a éste un “gobierno bananero”, cuya marca inconfundible está signado por el dominio de intereses extranjeros, gobernado por títeres y operado por delincuentes de cuello blanco.
El símbolo bíblico con el que cruzaron el arco de triunfo del Palacio de Gobierno terminó siendo aplastado por el rencor cotidiano, la brutalidad del régimen y los ríos de sangre callejera en las represiones de Sacaba y Senkata, en sintonía con las declaraciones ofensivas y circenses de Añez, invocando a la “pacificación”, “ayunos” de por medio. La paz por la que abogaba el régimen era la misma paz de los cementerios que las dictaduras persiguieron como objetivo soñado mediante el silenciamiento de sus dirigentes, la masacre de los focos rebeldes o el envilecimiento cómplice de los medios de comunicación, para facilitarles el festín estatal.
La transición fue timada por el grotesco giro político que convirtió una presidente-dictadora en candidata-presidencial, montada en la impostura de un presunto derecho constitucional. La trampa de la transición falaz bastó para desinflar las expectativas del retorno democrático de una clase media sedienta de un gobierno blanco. Dijeron que estaban cansados de la tutela indígena lo que habría provocado el odio feroz contra el gobierno de Evo Morales, pero no sospechaban que el “nuevo gobierno” estaba preñado de sorpresas. Hoy, la impoluta clase media se lava las manos como lo hizo Judas a la hora de entregar al maestro del infortunio cristiano.
A las masacres civilizatorias y redentoras contra las “hordas salvajes”, prohijadas por la santa biblia y las iglesias católica y evangélica, le siguieron mentiras sistemáticas y junto a ellas avanzó como sunami hambriento la descomunal cascada de corrupción que va devorando pedazo a pedazo lo que se logró nacionalización mediante. La economía boliviana que tomaba el rumbo de un crecimiento sostenido, impulsado por la fuerza de la industrialización y la potencia creciente de su mercado interno, por fin empezaba a cancelar el oprobio de las injusticias coloniales y republicanas igualando desde abajo lo que desde arriba se había fracturado.
Una combinación acertada que permitía contratar empresas extranjeras para que construyeran el edificio industrial bajo el mando autónomo del Estado contribuyó al crecimiento de cada una de las empresas que hoy caen como un baldón de espanto en manos de unos pandilleros convertidos en gerentes providenciales. Un día es ENTEL, otro día BOA, al día siguiente YPFB o la empresa del Litio o el acero del Mutún, sin subestimar el millonario tráfico de tierras en favor de extranjeros, el uso grotesco de avionetas del Estado para fines carnales, sobreprecios en la compra de insumos de bioseguridad o equipos de respiración mecánica semi-inútiles. Todo esto, encarna una crueldad sin límite, amén de entregar el país de rodillas a fuerzas extranjeras que operan desde el Palacio de Gobierno. Robarle a un pueblo desnutrido cuando se le ha despojado de sus instrumentos de sobrevivencia, quitarle el pan a niños o abuelos en plena pandemia o dejar sin oxígeno a los urgidos de sobrevivir, equivale a matar a la propia madre con cuchillo de cocina. Ese es el tamaño de esta turba enceguecida por su odio visceral a la Patria y por su insaciable codicia.
No conformes con el despojo de las empresas estratégicas del país o con el vaciamiento del dinero del Banco Central, se suma, como correa sin fin, casos escandalosos de narcotráfico bajo un régimen de cielos abiertos y territorios liberados como el Beni y parte de Santa Cruz permitiendo incluso operaciones aéreas internacionales de alto riesgo, como el narco-jet en Guayaramerín o las decenas de vuelos ilícitos diarios que se realizan al Brasil, Perú y Paraguay, con protección oficial. Todo el sistema de control aéreo en manos de aliados estratégicos, como es el caso de los exfuncionarios de la línea aérea AMASZONAS o de los militantes colocados en la estructura estatal por Luis Fernando Camacho en la DGAC/ASSANA, explican la dimensión que ha adquirido esta actividad ilícita, solo comparable a la protección que otorgaba Luis Arce Gómez, el “ministro de la cocaína” y la dictadura de García Meza a los carteles internacionales a principios de los 80, del siglo pasado. Un verdadero festín mafioso bajo la sorna despiadada de un rufián convertido en ministro de gobierno, tutelado por agentes gringos bajo las sombras.
II
El descrédito de la presidenta, enfundada en discursitos hechos para exaltar la imagen de redentora social frente a 14 años de un gobierno aparentemente ominoso, no hace más que alimentar el caudal de la indignación social que los medios de comunicación se ocupan de barnizar a su modo. Palabras sacrosantas como “pacificación”, “14 años de despilfarro”, “salvajes que no volverán” o “indios malditos que deben migrar a otros mundos”, “peticiones de ayuno y oración”, son apenas el murmullo anodino de una inteligencia plana entrenada por extranjeros a leer en voz alta.
Agotados en su pírrica cuota de legitimidad en apenas 5 meses, solo les queda, además de otros poderes fácticos en retirada, 1) la panoplia de los medios de comunicación social y la potencia relativa de redes sociales que se contratan desde el extranjero, 2) el cada vez más dudoso apoyo norteamericano que ve perecer en los escombros de la corrupción a un régimen ladrón y, 3) el monopolio de la fuerza pública encarnado en unas FFAA cada vez menos dóciles y una Policía Nacional, detestadas por la población.
El régimen cada día está más solo en su intento desesperado de sobrevivir. Los bufones a sueldo que poblaban cada noche los sets televisivos o los analistas que rebalsaban las columnas de la prensa escrita y que oficiaban de parteros de un nuevo tiempo, hoy bajan la cabeza resignados en un intento de borrar con el codo lo que hicieron con la mano. Ya no cuentan con el entusiasmo de ese elenco intelectual promiscuo, cuyo guion ajeno lo convertía en suyo propio, ni con los supuestos periodistas que oficiaban de testaferros a control remoto desde la Avenida Arce. Incluso, el siniestro personaje que se dice agente de la CIA y que pagaba con simples cafecitos las loas mediáticas en favor del imperio, ya no tiene argumentos para tratar a sus consortes como asnos en alquiler. La prensa escrita ha dejado de doblar las esquinas con su torpeza venal, obligada por las redes sociales a enderezar el rumbo de su mentira cotidiana al cómodo precio de su envilecimiento. Empero, aun en esa agónica sensación de fracaso no dejan de disparar a quemarropa contra Evo o contra el gobierno que no se sometió a sus dictados extorsivos como los que acostumbraban hacer en regímenes pasados, donde primaban los pactos político-mediático mafiosos.
Se está empezando a tocar fondo irreversiblemente. Para intentar mostrarse amables con su virtual derrota, el régimen acudió a la iglesia católica que ve casi perdido todo esfuerzo de evitar su naufragio y una piadosa redención. Con una manifiesta displicencia se sumó a la idea de mediar en los conflictos ante la mirada perdida y las palabras vacilantes del ministro carnal, el de la presidencia. Las señales de la caída son inequívocas. Hasta hace pocas semanas, antes de que se destapara la fanfarria del sexo en el círculo íntimo del poder y se pusiera en la vitrina el saqueo encarnizado del Estado, las amenazas grotescas de Murillo tenían eco en las calles con generales prostituidos por los gastos reservados y las promesas de un futuro esplendoroso. Sin embargo, la suspensión de los “decretos mordaza” que intentaban inyectar dosis de censura y miedo en la sociedad y la prensa, la postergación de las normas que pretendían regular en medio de la pandemia el uso de transgénicos y la aparente y corajuda salida de las sombras del Fiscal General, que amenazó crear comisiones de investigación para dar con los culpables del saqueo en las empresas públicas, muestran signos evidentes de un gobierno decrépito, desfalleciente y sin credibilidad alguna. El miedo ha cedido espacio a la necesidad de poner freno al torrente represivo..
Sin ningún plan de emergencia sanitaria serio ni de salvataje económico más o menos confiable, con la credibilidad por los suelos y sumergido es un mar de corrupción el régimen golpea con la torpeza de boxeador noqueado a los pobres “guerreros digitales” que no cesan de ironizar el extravío político y la torpeza cruel de Añez y su séquito solemne. Para colmar este menú de señales descorazonadoras para el régimen, el supuesto embajador de ciencia y tecnología y yerno circunstancial de la presidenta-candidata, Mohammed Mostajo, nos ofrece a los bolivianos, 170 supuestos respiradores comprados a precios exorbitantes en una siniestra pretensión de meternos gato por liebre, en circunstancias desdichadas. Un acto verdaderamente canalla, propio de delincuentes desalmados, alimenta silenciosamente la furia de la gente en medio de las estadísticas de muerte que nos anuncia cada noche la pandemia gubernamental.
A estas horas: ¿Qué le queda al régimen? ¿El uso químicamente puro de la fuerza militar-policial? ¿Tiene alguna salida que no sea un autogolpe o entregarse en los brazos de las FFAA para formar un cogobierno, previo a su presurosa huida? ¿Renunciar a su candidatura para dejar en el terreno del duelo electoral solos a Mesa y al MAS? ¿Cerrar la Asamblea Legislativa y colocar soldados donde deben primar legisladores medianamente atentos al desorden? Al parecer, todos los caminos conducen a Roma, en este caso a las FFAA, que requiere galvanizar su fidelidad ante el desbande de la Policía, estafada por sus redentores golpistas. A su vez, los datos cotidianos señalan que solo les queda un núcleo reducido de sectores sociales que comulgan con el uso de la pura fuerza y con unas FFAA a punto de quebrarse.
Esta es la razón de la angustiosa demanda de ascensos en las FFAA como creyendo pontificiamente que la suma de generales en el cuerpo armado hace la fidelidad de los fusiles o el coraje de los cañones. Empero, desde Cartago hasta Irak, sin excepción, las pequeñas o grandes batallas producen señales inequívocas de victoria o derrota y en eso, los generales, incluso los más más torpes, saben anticipar el futuro.
Como muy bien advertía Zavaleta, reducir el poder transitorio a una mera contabilidad de soldados en lugar de medir “la calidad política de los hombres”, equivale a una deplorable y resignada derrota antes de que empiece la batalla. Telleyrand, el ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón advertía al soberbio emperador que con “las bayonetas se puede hacer cualquier cosa, menos sentarse sobre ellas”. En efecto, la excesiva confianza en el Gral. Ovando y en las promesas vanas de que Barrientos no golpearía a la Revolución Nacional, le costó a Víctor Paz Estensoro casi 10 años de asilo y otros tantos de desventura. ¿Qué le depara al régimen que solo atina a una estridencia estéril mientras hace bruñir sus espadas?
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