Gestión Longaric: Ideologización y desinstitucionalización de la Cancillería
Al terminar su gestión a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Karen Longaric presentó una memoria institucional plagada de falsedades, todo con el objetivo de posicionar a su administración como una de las más eficientes y pegadas a la defensa de la institucionalidad. Sin embargo, la realidad expuso las malas decisiones políticas y administrativas, que dañaron la imagen de la Cancillería y que fueron aplacadas gracias a un blindaje mediático que presentó a Longaric como una de las personas más preparadas para el cargo.
Cabe señalar, que pese a su condición de canciller provisoria, Karen Longaric llevó a cabo grandes modificaciones al interior de la Cancillería para desmontar los cambios producidos en la gestión del MAS-IPSP, y que en un año pusieron a la política exterior a obedecer de manera sumisa a intereses ajenos al desarrollo del país. A su vez, la carencia de legitimidad no fue una excusa para retomar viejas prácticas y lógicas, que permitieron el retorno de una diplomacia elitista e incapaz de entender el rol que Bolivia ocupaba en el plano internacional. Paralelamente, se gestó un relato legitimado por los medios de comunicación, que avaló una lógica revanchista y de imposición de cambios estructurales presentados a la población como grandes logros: la desideologización de la política exterior boliviana y la institucionalización, profesionalización y renovación del personal de la Cancillería.
Al respecto, es importante señalar que la supuesta desideologización de la política exterior provocó el deterioro de las relaciones diplomáticas con socios históricos de nuestro país como: Argentina, Cuba, España, México, Nicaragua y Venezuela. Asimismo, el enfriamiento de las relaciones diplomáticas con países de gran relevancia en el plano internacional como: China, India y Rusia, y que hoy son actores claves en la provisión de medicamentos, material de bioseguridad y vacunas en toda la región. Por otro lado, la “desideologización” también provocó el aislamiento del país debido a la abrupta salida de organismos como el ALBA, la UNASUR, el Movimiento de Países No Alineados y la pérdida de protagonismo en la CELAC y la ONU.
Juntamente, la política exterior se alineó a los intereses de los EEUU, lo que se vio reflejado en el ingreso al Grupo de Lima, el apoyo a la candidatura de Claver Carone como primer presidente estadounidense del BID, el cierre de la Embajada de Bolivia en Irán, el restablecimiento de relaciones diplomáticos con Israel, el distanciamiento de la causa Palestina, el apoyo a la reelección de Luis Almagro al frente de la OEA, el vínculo con la extrema derecha española a través del partido Vox, el hostigamiento constante a los gobiernos de Argentina, Cuba, México y Venezuela, entre otros sucesos que pusieron a Bolivia en una lógica autodestructiva de su soberanía en materia de política exterior.
En lo que refiere a la institucionalización, profesionalización y renovación del personal, la gestión de Karen Longaric estuvo plagada de escándalos que minaron la institucionalidad de la Cancillería, entre otras cosas debido a las atribuciones que se tomó una canciller, que en papeles entró por tres meses pero que al inicio de su gestión procedió a la destitución de la mayoría del personal del Servicio Central y Exterior elegido por el gobierno democrático del MAS-IPSP. Posteriormente, se procedió a la contratación de personal que representó grandes gastos al Estado y que podían haberse utilizado en la lucha contra la pandemia. Además, la contratación de personal estuvo marcada por intereses políticos y personales, que desembocaron en reclamos ante la designación de la hermana de Arturo Murillo como cónsul en Miami; de Jackeline Montaño Castro, esposa de Mirko Longaric Paz como cónsul en Corumbá; de Alberto Pareja, hijo de Ruth Lozada -ex candidata a diputada por JUNTOS- como cónsul en Barcelona. Asimismo, la controvertida creación del cargo de embajador de Ciencia, Tecnología e Innovación para acomodar a Mohammed Mostajo -cercano al círculo familiar de Jeanine Añez-, puesto que no llegó a desempeñar, pero del que sí recibió grandes honorarios.
Igualmente, hay que recordar el intento de Longaric de postular para la Secretaria General de la ALADI, proceso que no gozó de ningún apoyo en la región, debido a que la ex canciller desempeñaba un cargo transitorio; también la embestida contra el senador Bernie Sanders y otros miembros del partido demócrata ante la preocupación demostrada por el deterioro de la democracia boliviana; de igual manera, la bochornosa intervención de Longaric ante el pleno del Parlamento Europeo, que sólo recolectó el masivo reproche de eurodiputados por el uso político de la participación para dañar la imagen de Evo Morales y el MAS-IPSP. Finalmente, la designación de embajadores ante Organismos Internacionales sin la respectiva aprobación del Senado, el nombramiento veloz de funcionarios en embajadas y consulados a solo semanas de la asunción de Luis Arce o la controvertida implementación de un escalafón diplomático lleno de observaciones y suspendido por la ex canciller a días de abandonar el cargo mediante la resolución 08/2020.
Sin lugar a dudas, la supuesta desideologización de la política exterior y el falaz proceso de institucionalización y profesionalización de la Cancillería, no fueron otra cosa que una construcción mediática que encubrió los verdaderos efectos del secuestro de la política exterior por parte de grupos familiares y de poder, que a lo largo de once meses sacaron rédito económico y político de su paso por la Cancillería provocando así, un proceso acelerado de desinstitucionalización y pérdida del prestigio internacional obtenido en la última década, y que será el gran a reto a revertir por parte de la nueva gestión al mando del canciller, Rogelio Mayta.
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