Luis Arce, el victimario que se victimiza: criminaliza la protesta para tapar su fracaso
Mientras el país exige su renuncia, el presidente del gobierno más corrupto de la historia reciente intenta desviar la atención con acusaciones infundadas contra Evo Morales y el pueblo movilizado.
En un intento desesperado por frenar el creciente rechazo a su gestión, el presidente Luis Arce ha recurrido nuevamente a la estrategia del miedo y la manipulación, calificando la jornada de movilización en Llallagua como "una de las más violentas y amargas de la historia". Sin embargo, los hechos muestran que es el propio gobierno quien ha sembrado violencia, represión y persecución contra el pueblo que exige democracia y justicia.
En un mensaje cargado de dramatismo y victimización, Arce acusó sin pruebas a los sectores movilizados, a quienes relacionó con Evo Morales, de causar el caos y agredir a personal médico, destruir ambulancias y atentar contra la institucionalidad. Lo que no menciona el mandatario es el despliegue de fuerzas represivas y la violencia desproporcionada ejercida por policías infiltrados y grupos de choque afines al oficialismo, cuyo único objetivo es criminalizar la protesta legítima del pueblo boliviano.
Luis Arce, cabeza visible del desgobierno, intenta ocultar el descontento popular creciente apelando a la difamación. El mismo que ha traicionado los principios del Proceso de Cambio y se ha rodeado de operadores políticos reciclados del viejo régimen, hoy pretende erigirse como víctima, cuando en realidad es el principal responsable de la crisis social, económica y política que vive Bolivia.
Evo Morales, líder histórico de los movimientos sociales y del verdadero Proceso de Cambio, ha sido blanco constante de ataques mediáticos y judiciales desde el interior del propio MAS-IPSP, que ha sido secuestrado por una cúpula servil al poder y alejada del pueblo. Hablar de "batalla final", como lo expresó Morales, es una metáfora política que representa la lucha del pueblo contra la traición, la corrupción y el retroceso impuesto por el gobierno de Arce.
El país entero debe abrir los ojos: los verdaderos enemigos de la democracia no están en las calles, sino en los palacios del poder, donde se toman decisiones al margen de las bases y se reprime al pueblo que exige coherencia, lealtad al proceso y justicia social.
La violencia no se originó en Llallagua, se originó en la Casa Grande del Pueblo cuando Luis Arce decidió ignorar al pueblo, perseguir a sus líderes y dividir al MAS para aferrarse al poder con prácticas neoliberales disfrazadas de progresismo.
El victimario no puede seguir disfrazándose de víctima. La historia no lo absolverá.
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