Monseñor Centellas: "En el país hay abuso de poder y urge crear un espacio de diálogo”
La voz de monseñor Ricardo Centellas cada vez retumba más en los oídos del poder. Su último mensaje hizo perder otra vez los estribos al líder del partido de Gobierno, Evo Morales, quien siente que el cardenal Toribio Porco Ticona es su amigo cercano.
“No hubo golpe de Estado”. Considerar que lo ocurrido en 2019 fue consecuencia de un golpe de Estado “es una fantasía que no corresponde con la realidad”, fueron algunas de las frases expresadas por monseñor Centellas el 19 de marzo, cuando el país ya sufría la arremetida de todo el Órgano Ejecutivo contra quienes estaban en el otro bando: contra el gobierno de transición.
“Indudablemente en el país hay abuso de poder porque se interpretan las leyes de acuerdo a las necesidades coyunturales”, dice a Página Siete en esta entrevista el presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) y también arzobispo de la Arquidiócesis de Sucre.
El mensaje de la CEB el 19 de marzo, leído bajo el título “La Falsedad genera injusticia, ‘la verdad les hará libres’”, estaba precedido por una serie de acusaciones del Gobierno contra la Iglesia y contra quienes jugaron un rol fundamental en la pacificación del país, como la Unión Europea (UE) y la Embajada de España. Hasta entonces, el Gobierno –siempre de la mano de Evo Morales– sembró la posverdad del “Golpe de Estado” y acusó a la Iglesia, sin sonrojarse, de haber tramado ese golpe en ambientes de la Universidad Católica Boliviana (UCB).
Históricamente en el país, la Iglesia siempre ha estado presente en los momentos críticos como facilitadora, como mediadora. Lo hizo en la Guerra del Agua en Cochabamba en 2000, en la revuelta de octubre de 2003 y anteriormente en los conflictos que involucraban a los cocaleros del trópico, que año tras año bloqueaban la ruta que unía el oriente con el occidente.
Monseñor Eugenio Scarpellini, el obispo de El Alto –que murió a causa de la Covid en julio de 2020–, fue uno de los protagonistas de la pacificación en 2019. Llamó al diálogo de manera urgente, porque en el país había vacío de poder y la violencia en las calles estaba fuera de control.
A la mesa de negociaciones se sentaron líderes del MAS y de la oposición, con participación de la UE y España. Se reunieron el 11 y el 12 de noviembre. El 11 lo destinaron a definir la salida segura de Evo Morales del país, y el 12 fue dedicado a la búsqueda de una salida a la crisis. Todos, incluida la representación del MAS, estuvieron de acuerdo con las decisiones de esa reunión.
Sin embargo, el MAS –encabezado por Evo Morales– usó su triunfo en las elecciones para reescribir la historia. Sin pudor, dio un giro a los hechos de 2019. De ser facilitadora, la Iglesia pasó a ser “golpista”; de ser mediadores, los países de la Unión Europea se convirtieron en sospechosos; de ser un espacio de diálogo, la UCB se transformó en el lúgubre búnker de la conspiración, y la masiva movilización social se convirtió en un grupo de “cuatro” pititas golpistas.
Así, la posverdad del golpe de Estado se vino con todo. El enunciado se hizo carne. Y la señal más fuerte fue meter presa a la expresidenta Jeanine Añez, en un proceso indebido. Y la Iglesia decidió denunciar estos atropellos el 19 de marzo reciente, cuando describió con detalles lo ocurrido el 11 y 12 de noviembre. “No hubo golpe de Estado”, fue la conclusión de ese mensaje.
El país está más polarizado.
Nuevamente estamos volviendo a experimentar posiciones intransigentes que hacen sufrir al pueblo, especialmente a las familias. Con las posiciones que vemos, patinamos en actitudes que no nos permiten avanzar. De una vez tenemos que apostar por una nueva cultura que nos permita caminar juntos, respetando a cada persona, a cada grupo, sus visiones, sus posiciones. Más allá de eso, somos bolivianos y como tales tenemos que vislumbrar un encuentro fraternal e íntegro.
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