¿Llegará el boom de la coca centroamericana?
El documento explica que un invento realizado por el boticario peruano Alfredo Bignon facilitó el comercio de la cocaína y frenó la desesperada búsqueda de zonas para cultivar cocales: la técnica del sulfato de cocaína, hoy conocida como pasta base.
A estas alturas para guatemaltecos y hondureños que se hallen plantaciones de coca ya no significa ninguna novedad. Y eso es lo preocupante para los analistas y las autoridades de la región. Desde hace cinco años las fuerzas antidroga multiplican sus hallazgos tanto de los célebres arbustos como de fábricas de cocaína en el denominado “Triángulo Norte”. Ello se interpreta como el paulatino paso de una etapa de experimentación a la de producción industrial.
Por ejemplo, los casos han sido recurrentes en el departamento de Izabal. Allí hace seis meses Gerson Alegría, el jefe de la Fiscalía Antinarcóticos del Ministerio Público, declaraba a la revista Concriterio: “Iniciaron con un experimento y éste ya se dio, y se dieron cuenta de que sí se puede sembrar en este territorio y siguieron a la siguiente etapa: sembrar más extenso”. Desde hace dos años en la zona y otras aledañas también se han encontrado laboratorios de fabricación de cocaína. Según el diario Prensa Libre, durante un Estado de sitio decretado para la región el año pasado, las autoridades encontraron fábricas de cocaína en 22 municipios.
Según reportes oficiales de la Fiscalía guatemalteca, no sólo hay cocales en ese departamento. Entre 2019 y 2020, fueron ubicadas “grandes extensiones” de hoja de coca también en Petén y Alta Verapaz. Aunque, valga aclarar, los medios de aquel país suman todavía para las cuentas y los incipientes operativos de erradicación en términos de decenas de hectáreas.
La coca centroamericana
Queda claro también que la incipiente conmoción por el fenómeno llega a los laboratorios de los investigadores. De acuerdo a Concriterio, algunos expertos revelan que se realizaron diversos injertos y se está haciendo una variación genéticamente modificada que permita la alta producción en áreas pequeñas. Otros identifican a la hoja peruana y aseguran que la zona tiene el clima perfecto para producirla: “Tropical, montañosa y poco accesible”. Sin embargo, el diario Prensa Libre informa de otro hallazgo y asegura: “Según una fuente antinarcótica del país, los arbustos encontrados el año pasado pertenecen a la variedad ‘crespa y boliviana dulce’, de uso común para comercializar”.
Pasando la frontera guatemalteca hacia el oeste el fenómeno resulta similar. “Las siembras de coca, cada vez más visibles en Honduras”, titulaba el 6 de julio de 2020, el diario Proceso Digital. “Los cultivos de plantas de coca ya no son sólo un experimento de laboratorio en un intento de convertir al país en productor –dice la nota–. Las siembras descubiertas por las agencias antidrogas son cada vez más recurrentes. (…) Se han encontrado plantaciones de hoja de coca en los departamentos de Yoro, Olancho y Colón”.
El texto añade también descubrimientos de fábricas de cocaína, pero además recuerda la peligrosidad de la región en general. El llamado “Triángulo Norte” se ha vuelto con el tiempo en una de las zonas consideradas más violentas del mundo. El escenario suma todos los ingredientes para un narco enclave estratégico: región de tres fronteras, próxima tanto a los dos océanos como a México, con presencia consolidada de organizaciones criminales y evidente debilidad estatal. Más de una voz alude en los análisis lo ventajoso que resultaría consolidar el circuito coca-cocaína crónicamente monopolizado en el sur continental.
Un sur donde, pese a su colosal producción, se carece de algunas ventajas. Baste un ejemplo: “Colombia tiene equipos de erradicación que se mueven por todo el país –declaraba hace año y medio James Bargent, analista de la organización InSight Crime–. Tiene leyes para restringir la importación y la comercialización de los precursores químicos necesarios para convertir la hoja de coca en cocaína. Honduras no tiene nada de eso”.
Intentos fracasados
El antecedente más reciente sobre los intentos de romper el virtual monopolio cocalero de Colombia, Perú y Bolivia hasta ahora se produjo en 2014. El 9 de septiembre de ese año miembros del Ejército y la Policía de Fronteras de México hallaron y destruyeron 1.639 plantas de coca. El sorprendente cultivo se hallaba en una parcela de 1.250 metros cuadrados en Tuxtla Chico, estado de Chiapas, cerca del límite con Guatemala. Es decir, no muy lejos de la nueva “zona cocalera”.
Sin embargo, aquel experimento de los narcos mexicanos no prosperó. “En algún momento se intentó sembrarla en el África, seguramente los cárteles europeos intentaron estar por allá, pero no resultó”, dice el analista Carlos Valverde. Lo que ha mantenido en vigencia una recurrente interrogante que flota en el tema narcotráfico: ¿Por qué, a diferencia del cannabis, opio u otras plantas alucinógenas expandidas por el planeta, la coca sólo se produce en Colombia, Perú y Bolivia?
“Parece que tiene que ver con la calidad del suelo del trópico porque el del Chapare es casi el mismo que el yungueño –explica Valverde–. Tengo esa impresión porque también se ha sembrado coca en parque nacionales, pero igualmente tuvieron muy poco rendimiento y se la sigue trayendo del Chapare. La coca del Chapare es más gruesa y tiene más alcaloides, tiene que ver con el lugar. Las zonas de Perú y Colombia presentan ese mismo trópico. Habrá que ver cómo son las siembras en Honduras y Guatemala para saber si les da resultado”.
Coca asiática
Sin embargo, en tiempo y espacio, mucho más allá de los antecedentes mexicano y africano, al parecer otros trópicos sí resultaron amigables con la coca. Así lo asegura el psiquiatra y también estudioso del tema coca Jorge Hurtado Gumucio. “Hubo sembradíos exitosos en Malasia, que los impulsó el propio Simón Patiño para sus minas –asegura–. También se produjo en Formosa, o sea, Taiwán y también en Java”.
El analista remite su explicación a un texto que escribió para la Universidad de Caldas, Colombia: “La guerra por el monopolio del alivio del dolor y el privilegio del placer: los carteles de la cocaína legal”. Allí Hurtado destaca el gran impacto que la cocaína tuvo en la medicina del siglo XIX y no sólo como revolucionario anestésico. Como eco de aquel fenómeno detalla los singulares antecedentes de los primeros grandes productores de cocaína. Luego relata cómo y por qué se redefinió el escenario coca-cocaína tras la Segunda Guerra Mundial.
“Para la industrialización, el cuello de botella estaba en la calidad de la hoja de coca –explica el texto–. El largo viaje de Perú a Europa a través del océano dañaba las hojas y el rendimiento era muy bajo. Europa llegó a promover los “cultivos en casa” o experimentar el cultivo en sus colonias para asegurar las provisiones de anestésicos: Holanda intentó sembrar coca en Java, Sumatra y Madura; Inglaterra intentó en la India, Ceylán, Madras, Assam, Darjeeling, Malasia, Zanzibar, Togo, Camerún, Nigeria, Sierra Leona, Costa de Oro”.
Luego añade: “También en América se buscó hacerlo en Jamaica, Guadalupe, Martinica, Trinidad, República Dominicana. En Estados Unidos se proyectó hacerlo en Florida, California, Hawái. Hubo intentos en Australia, Colombia y México. Japón tuvo gran éxito con sus cocales de Formosa (Taiwán). Aunque los más exitosos fueron los cocales de Java, que llevarían a Holanda a tener el monopolio mundial de la cocaína legal a principios del siglo XX”.
El documento explica que un invento realizado por el boticario peruano Alfredo Bignon facilitó el comercio de la cocaína y frenó la desesperada búsqueda de zonas para cultivar cocales: la técnica del sulfato de cocaína, hoy conocida como pasta base.
Cocaína legal
El texto complementa: “Imputrescible y compacta era ideal para transportarla a través del océano y purificarla en Europa, convirtiéndose en cristal o clorhidrato de cocaína de alta pureza después de un simple y barato procedimiento químico llamado cristalización por ácido clorhídrico. En pocos años se popularizó la técnica de Bignon y Perú por fin vendía sulfato de cocaína a la farmacéutica Merck; la cual incrementó así su producción de 300 kilogramos, en 1885, a cinco toneladas en 1910; convirtiéndose, gracias a la cocaína, en el gigante farmacéutico que es hoy en día”.
Según Hurtado, los intereses económicos de aquella empresa en confluencia con otras, además de diversas movidas geoestratégicas apuntaron al monopolio de la producción. Con los efectos de la Segunda Guerra Mundial en Java, Taiwán y otras regiones dichos propósitos se vieron facilitados. En décadas posteriores las prohibiciones internacionales acentuaron el progresivo confinamiento de la producción de la hoja, y su polémico derivado, a las zonas tropicales cercanas a Los Andes.
Sabido es que con ello se desató toda la serie de consecuencias económicas, políticas y sociales que conmovieron a esta región con efectos en todo el planeta. En medio de las grandes sorpresas que da la vida, ¿no estará llegando el día en que los cocaleros que le provean materia prima al narcotráfico también sean centroamericanos?
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