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Hace 190 años, el Cementerio dio fin a entierros en templo

Los paceños tenían la costumbre de enterrar a sus seres queridos en las iglesias. Creían que estar cerca del altar sagrado ayudaba a las almas a llegar al cielo.

hace 3 año(s)

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Los paceños tenían la tradición de enterrar a sus seres queridos en  las iglesias. Creían que estar debajo del altar ayudaría al alma a llegar más rápido al cielo y por eso un entierro costaba más en ese sitio; mientras que en el templo y el atrio el precio era menor.

El Cementerio General puso fin a esta tradición en  1831, cuando se realizó el primer entierro en el camposanto paceño. Y fue,  precisamente, el de la mujer que más se opuso a su construcción.

Durante los siglos XVIII y XIX, los vecinos tenían la mística creencia de que sólo podrían alcanzar el cielo si sus restos mortales eran  enterrados en los templos sagrados. La mayor parte de la ciudadanía buscaba ser sepultada en los atrios o, al menos en las puertas de las iglesias, explicó  a Página Siete el investigador Carlos Gerl.

“Así pues, tenían por costumbre sepultar a los personajes más importantes en las capillas, especialmente si pertenecían a una cofradía. A diferencia de los negros y mulatos que estaban prohibidos de ser sepultados en ese lugar”, afirmó.

Las diferencias de clases continuaban, incluso, después en la muerte, como detalla el libro Tradiciones y leyendas de la ciudad de La Paz escrito por Gerl y Randy Chávez. “La laya (o clase social) a la cual hubo pertenecido el difunto hacía la diferencia del precio de su entierro. A comienzos del siglo XVI -que esto ya es de historia y no de tradición, por referencia a documentos de la época- (los entierros de) primera clase valían 400 pesos y los más comunes, es decir la mayoría, costaban entre 35 y 80 pesos”, dependiendo del lugar en que finalmente iban a reposar los restos.

Ante el crecimiento de la ciudad, las iglesias enfrentaron un serio problema: se quedaron sin espacio para inhumar a más cadáveres de  paceños. “Por su gran número propagaban por todas partes un repugnante ambiente pestilente”, agregó Gerl.

“En la iglesia La Merced, donde antiguamente estaba el mercado de las flores, estaba el cementerio  más numeroso de toda la ciudad. Con el pasar de los años se fue llenando cada vez más y ya no tenía espacio para recibir ni un cuerpo adicional”, detalló el historiador.

El gobernador de La Paz, don Gregorio Fernández de Miranda García, marqués de Valde-Hoyos, hizo construir hacia 1820 un cementerio en un lugar llamado “Lazareto” del campo de Caiconi, hoy Villa Fátima, a un lado del camino hacia los Yungas.

Un mes y medio después de que se bendijo el camposanto, el marqués fue linchado por los patriotas en uno de los cruentos episodios de la Guerra de la Independencia que llegó a su fin en 1825. “Su cadáver fue amarrado a las monturas de un caballo, fue horrorosamente arrastrado hasta ese cementerio, donde finalmente fue sepultado”, narró Gerl.



Santa Cruz mandó a construir un templo en el Cementerio.
Foto: Archivo

La solución la puso durante la República el Mariscal Andrés de Santa Cruz al ordenar la construcción de un cementerio en una zona “alejada” del centro de La Paz pero no tan distante como  Caiconi. Así se inició la construcción del camposanto en una planicie situada al pie de El Alto de la ciudad y que hoy se conoce como  El Tejar.

El Mariscal  conocía la tradición de enterrar a los seres queridos en los templos y por ello también ordenó la construcción de una capilla de estilo arquitectónico “sencillo” en el mismo cementerio. Este templo también permitiría realizar vigilias y otras ceremonias.

No faltaron los vecinos que se opusieron y la principal activista era una anciana llamada Ana Paredes. Ella iba todos los domingos a la misa en la Catedral de la Plaza Murillo y después de la eucaristía salía a protestar contra el intento de llevar  a los difuntos a un lugar que “no era santo”.

“¡Jesús! Con los sarracenos que tenemos en La Paz, quieren alejar de los campos sagrados de nuestros templos los cuerpos de los cristianos. Quieren llevarlos solos y lejos del poblado. ¡No debemos consentir tamaño ultraje!”, exclamaba al resto de los creyentes que salían del templo, según el libro de Gerl y  Chávez. 

Cuando se concluyeron las obras del Cementerio General,  se instaló en el amplio portal de piedra la inscripción: “Verdadero desengaño y descanso de los mortales”. Las autoridades civiles y religiosas decidieron entonces exhumar los restos del obispo Ochoa  para trasladarlos al nuevo camposanto paceño.

El Cementerio General   permanece en la zona de El Tejar.
Foto: Leny Chuquimia /Pàgina Siete

Sin embargo antes de que el traslado del cuerpo del obispo ocurriera, la ciudadana Ana Paredes falleció a causa de  un infarto. Paradójicamente,  ella  fue la primera paceña en ser enterrada en el nuevo Cementerio General al que se opuso.

Página Siete


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